HUMILLADOS Y OFENDIDOS (F. Dostoievski) – Símbolos literarios

A pesar de los aspectos de crítica social que este libro encierra, para mí son más reveladores aún los diferentes tipos de estratos en los que está dividido y la delineación entre unos y otros, y prácticamente siempre bajo un solo punto de vista. Es un rasgo quizá necesario para historias tan centralizadas como esta, con un protagonista, prácticamente la voz de la sensatez, de cuya presencia se crea el motor de los momentos narrativos más relevantes. Humillados y Ofendidos también trata el propio respeto hacia las historias, y cómo y para qué contarlas, convirtiendo esta acción, en última instancia, en un acto sanador para quien va a escuchar y preparada con toda la intención posible para lograr ese objetivo.

No se trata en absoluto del único uso sutilmente meta de los recursos literarios. El protagonista, Iván Pétrovich, es uno personificado, ya que tiene un valor básicamente utilitarista cuando cumple este rol. Es como una cáscara vacía, ya que es huérfano y es posteriormente adoptado: y ahí empieza realmente su vida. Vive los conflictos visual y oralmente, rarísima vez tomando acciones que se puedan considerar absolutamente determinantes. Esta clase de modelo narrativo me recuerda lejanamente al que adopta el breve manga clásico La Nueva Isla del Tesoro, el cual precisamente trataba de la diferencia entre protagonizar una historia y vivirla. Iván protagoniza en buena parte lo que concierne a su estrato narrativo en compañía de la huérfana Yelena, pero vive y sobre todo escucha y aconseja cuando se ha de ver envuelto en todas las historias que lo están rodeando en ese momento de su vida.

Por cierto, además es escritor.

He hablado ya dos veces de los estratos sin determinarlos. Éstos están divididos según escala social y posición de poder, siendo el más alto la nobleza, representado por el príncipe Valkovski y Katia (Catalina Fiódorovna), y el más bajo Yelena, abreviada Nellie, la desarrapada huérfana que encuentra en Iván Pétrovich, el protagonista, una gran aunque algo conflictiva compañía debido al triste pasado de ella. Entre un extremo y otro hay dos estratos empatados debido a diferentes clases de martirio: el de la pareja de Sergei y Anna, por un gran sentimiento de desamparo, y el de Natasha y Aliosha, que tienen el deseo de casarse pero diversas inseguridades crecen sin parar. Ella, hija de Sergei y Anna; él, hijo del príncipe.

El príncipe Valkovski, progresivamente, acaba siendo la fuente principal de conflicto para todos, debido a su inquietante honestidad respecto a los intereses tratados. Como fuerza antagónica, funciona como reflejo de la influencia de Iván en el resto de estratos, empezando éste al principio de la historia siendo testigo de los últimos momentos del abuelo de Yelena, para finalmente terminar por chocar con el príncipe. Éste, sin embargo, como símbolo de nobleza que es y la “lejanía” que representa, es largamente comentado y referenciado antes de su primera aparición formal, junto a su hijo y Natasha (e Iván), y su última relación con la historia es con Yelena, el estrato más bajo. Es un caso de narrativa circular sin duda, con diferentes capas.

Visto desde este prisma literario, no hay que olvidar la presencia, aún si acaso más lejana que Valkovski, de Katia. Referenciada, citada y muy comentada su persona antes de su primera aparición formal. Es una rica y joven heredera que, por los intereses del príncipe, está tomando todas las posibles cartas en el asunto para que sea ella la que se case con el inocente Aliosha, y no Natasha. ¿Será acaso casualidad o no que estos personajes de la nobleza hayan sido creados en esta novela con tal noción de lejanía al principio de ésta? ¿Simbolizaba entonces Katia un destino más ineludible que el que simboliza el príncipe? Desde luego, es uno de los personajes más sensatos de la obra.

El último personaje del que me gustaría hablar es de Yelena, la huérfana, que como Iván, es otra cáscara vacía. Cuenta con un gran trasfondo, pero en el amplio panorama del mundo y sus acontecimientos, es como si no hubiera roto aún el cascarón. Su madre fue como una gallina feliz pero luego desdichada, que puso un huevo y al poco después una gran tormenta arrasó la granja, quedando el ave y su cría desamparadas. La gallina siguió criando el huevo, quería al huevo, pero las circunstancias del destino determinaron que el huevo nunca llegara a abrirse del todo. Ese huevo vivió una serie de penurias, demasiado tiempo, y previamente a lo que debería ser la edad en la que se descubre lo amplio que es el mundo y se pierde la inocencia. En un último acto de uso de imaginario y poder literario, Yelena se alza con una historia más triste y dura que la narrada por Iván. Toda una humillación y ofensa para el narrador.

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